16 de mayo de 2013

Algo azul... Primera Parte.

"- ¿De verdad que no puedes venir? -preguntó claramente apenado.
- De verdad -respondí con desgana.
- Joder... Que asco...
- Ya...
- Parece mentira que no vayas a poder estar ahí.
- Ya... -repetí.
- ¿Te pasa algo?
- No... -mentí.
Un suspiro al otro lado del auricular.
- ¿Y no puedes inventarte algo?
- Ya he dicho que iría a trabajar. Además, tienen un evento y no puedo faltar. Parece importante.
- Mi graduación también es importante -sonó egoísta, pero no lo era.
- Ya lo sé, nene... Ya lo sé...
El porqué de aquella mentira no lo conocía ni yo mismo. Lo único que sabía era que el origen se encontraba en aquel lejano 3 de Mayo en el que, inocentemente, me había mandado una fotografía tras comprarse el atuendo que luciría aquella misma tarde, subido por última vez en el escenario de aquel conservatorio que tantos secretos, confesiones, risas y sentimientos había guardado durante sus últimos 6 años. 
- Bueno... Iremos hablando, ¿vale? Ya te aviso cuando vaya a salir por si podemos hablar un poco por teléfono.
- Vale. Un beso, nene. Te amo.
- Y yo a ti. Mucho, mucho, mucho -sonó triste.
Había muchos motivos por los que no quería ir a su graduación y por los que le había dicho la excusa más realista que fui capaz de concebir: que tenía que trabajar. Apenas opuso resistencia, pero la resignación había tardado en llegar, haciendo que me sintiera cada vez más culpable con cada pregunta.
Quizás el motivo principal de mi negativa era el hecho de que estarían sus padres y su hermana allí, ignorantes como siempre de nuestra relación y, por lo tanto, tendría que omitir una vez más, con todo el disimulo que me permitieran mis casi dos metros de altura, mi presencia. Esto implicaba que, lejos de hacerle caso a Campanilla como venía haciendo desde casi un año atrás, tendría que ir acompañado a su graduación por Pepito Grillo y dejar que él dictara todos y cada uno de mis movimientos, es decir, que si sentía ganas de correr a abrazarlo, tendría que permanecer quieto en el lugar en el que me encontrara. Y ni siquiera menciono el tema de los besos, que tantos se darían en aquel vestíbulo mientras yo tendría que besar a mi novio con la mirada. Al pensar en aquello, decidí, egoístamente, que era mejor no ir.
Quizás otro de los motivos era precisamente su atuendo. Vale. Mi novio no es el chico más guapo del mundo ni tiene el mejor cuerpo, pero para mí es lo más increíble y bello que ha pisado la tierra jamás. No me sentía con fuerzas de verle sobre aquel escenario, tocando su flauta travesera de plata, ataviado con aquel estupendo conjunto que su madre le había comprado aquel 3 de Mayo, pantalón de pinza, camisa de algún color que desconozco y aquella chaqueta, aquella americana azul cyan, azul cielo, que tanto realzaría el moreno de su piel y de su pelo, que daría vida a aquellas desordenadas cejas sobre aquellos ojos oscuros. Aquel conjunto de estreno que ninguna otra fecha habría sido lo suficientemente especial como para lucir, ni siquiera mi cumpleaños, ni siquiera nuestro aniversario, sólo su graduación, aquella que llevaba robándome el sueño y los sueños por instantes desde hacía casi dos meses, desde aquel momento en que comenzó a convertirse en tema habitual en nuestras conversaciones. Al ver aquella foto y al pensar en aquello, decidí, egoístamente, que era mejor no ir.
Quizás otro de los motivos era que aquella graduación era sólo un comienzo, una breve introducción a lo que me esperaba durante los siguientes cuatro meses. Aquel verano que extendía sus garras cada vez más cerca de los lazos de nuestra relación y amenazaba con hacerme caer de nuevo en aquel pozo oscuro de soledad y tristeza. Me esforzaba por no pensar en ello y me convencía de que ambos éramos fuertes, de que podríamos con ello, pero cuatro meses es mucho tiempo, la carne es desgraciadamente débil, la rutina se había adueñado de nuestras vidas y aquel verano se presentaba como un desahogo extremo para él tras aquella época crítica que tanto me estaba costando aguantar. Al pensar en aquello, decidí, egoístamente, que era mejor no ir. 
Y quizás otro de los motivos era lo que tantas veces le había dicho. Me dolía , de nuevo egoístamente, ver que era feliz y que disfrutaba con otras personas y que esa felicidad no se la producía yo, que entre aquellas personas no me encontraba yo. Me dolía ver cómo había cosas que podían hacerle feliz al margen de nuestra relación cuando en mi caso, toda mi felicidad recaía sobre él (ese era mi error y así me lo había hecho saber Natalia en todas y cada una de nuestras conversaciones sobre aquel asunto). Quizás era porque él estaba progresando y aquel progreso le hacía feliz. Quizás era porque él tenía futuro, tenía expectativas, tenía ideas para su vida y yo no tenía nada de aquello. Se me había olvidado ya lo que se siente cuando te gradúas o lo que se siente cuando acabas un tramo de tu vida para comenzar otro mucho más emocionante. Yo no tenía nada, sólo a él. Y ver su progreso y su felicidad ajena a mí, hacía que sintiera que tampoco a él le tenía ya, que me había quedado solo. Era uno de los días más importantes de su vida, lo disfrutaría por todo lo alto aquella misma noche rodeado de compañeros y algún que otro pretendiente reconocido, pero yo no estaría allí para compartirlo con él. Al pensar en aquello, decidí, egoístamente, que era mejor no ir.
Pero fui. 
Fui porque no aguanté el tic-tac del reloj en la pared marcando en cada minuto un recuerdo de aquel año tan increíble y lleno de amor que había pasado con él. Recordé a lo largo de aquella tarde cada beso, caricia y cada vez que habíamos hecho el amor, cada vez que me había dicho que me amaba y cada vez que había sonado sincero. No pude aguantarlo y me vestí, porque antes hay que aprender a vestirse por los pies para sacarle la lengua a las circunstancias. Salí a la calle acompañado de Campanilla y Pepito Grillo, cogí el autobús y llegué a tiempo de ocupar uno de los asientos de la última fila antes de que comenzara su último y maravilloso concierto sobre aquel escenario. Distinguí algo azul entre todos aquellos músicos radiantes y clavé mi mirada sobre la suya, perdida en una partitura que quizás algún día yo lograría entender. Dudo que consiguiera verme entre las docenas de cabezas que se extendían por aquel ensombrecido patio de butacas. Nunca sabría que había estado allí. Y sí, estaba allí. Finalmente había ido dejando atrás mi orgullo y mis miedos. Pero igualmente era egoísta, porque no había ido por él, si no por mí.".

No hay comentarios:

Publicar un comentario