31 de agosto de 2013

Nueva Etapa.

Rayadas, antiguos "amores", mentiras, discusiones absurdas, intentos de cambiar... Llevamos tanto tiempo concentrados en buscarnos los defectos e intentar corregirlos a base de disputas que nos hemos olvidado de amarnos... Vale, ya conocemos nuestros defectos, algo que también tenemos que aceptar. ¿Y ahora qué? Pues ahora es momento de mirar hacia adelante, porque ya hemos discutido demasiado sobre lo que tenemos que cambiar y lo que no. En cada uno de los pasos que imagino para mi futuro estás tú presente. Tenemos algo que mucha gente desearía tener: un amor puro, precioso y sincero. ¿Acaso vamos a echarlo a perder por tener unos cuantos defectos? Yo no estoy dispuesto a perder lo único que me da fuerzas para seguir adelante cada mañana. Te amo. ¿Hay algo más importante que eso?

14 de agosto de 2013

Noche de Luna llena.

Caminé entre las oscuras sombras de los árboles del Paseo del Parque en dirección a la Avenida de Cervantes. Me había tomado 3 tintos de verano y había saboreado aquel aroma característico de algún que otro porro de mis compañeros. Caminaba solo en dirección a mi casa tras una dura, pero entretenida jornada de trabajo. En el cielo, ocultando la resplandeciente y redonda Luna, se adivinaban unas cuantas nubes que un rato antes habías dejado caer algunas gotas. La humedad de aquella noche de Agosto impregnaba la calzada con un brillo tan agradecido como inusual. Dejé atrás el Ayuntamiento y el Rectorado y ascendí hacia la calle Alcazabilla por la Travesía del Pintor Nogales. Los árboles junto a la entrada de la Alcazaba agitaron algunas hojas a mi paso y disfruté de aquella breve brisa que me azotó el rostro. Observé el teatro romano coronado por la muralla oeste de la Alcazaba y me imaginé batallas antaño sucedidas en aquel mismo escenario. Las gradas del teatro, alumbradas siempre por las farolas de la calle, ofrecían un aspecto fantasmagórico que incitaban a apretar el paso. La Luna llena vigilaba la escena.
Oí algunos murmullos lejanos, gente que, al igual que yo, se disponía a llegar a sus hogares. Oteé el cielo en busca de algún rastro de las Perseidas que se habían dejado ver un par de noches atrás, pero apenas conseguí distinguir algunas motas blancas lejanas en el cielo. Enfilé Calle Victoria en dirección al Jardín de los Monos y me distraje observando cómo dos jóvenes se enfrentabas con miradas asesinas y empujones en el hombro. Apreté aún más el paso cuando pasé junto a ellos y permanecí alerta al comprobar que por un instante me habían mirado. Supuse que siguieron con su riña porque no oí pasos acercándose a mi espalda y retomé el rumbo de mis pensamientos. Y de repente me embargó la desilusión.
Al día siguiente era mi día libre. Día que había ansiado desde el jueves anterior para poder irme a la playa, al cine o simplemente a sentarme en un banco en un parque con él. Pero no podría porque, nuevamente, las circunstancias se habían puesto contra nosotros. Llevábamos ya un mes y medio luchando contra aquel mal que acechaba nuestra relación con garras cada vez más afiladas: la distancia. Y sus circunstancias personales, claro. Sentí rabia, impotencia, furia. No podía creer que tuviera que estar 2 semanas más sin poder verle, sin poder sentir sus labios, sin poder tocar sus manos, sin mirar sus ojos...  No sabía cómo actuar, aunque sospechaba que no había nada que pudiera hacer, pero me hacía sentir peor la idea de que él sí podía hacer algo por cambiar aquella situación y, sin embargo, se quedaba de brazos cruzados. ¿Es que, acaso, no le importo? ¿Es que no entiende que yo sufro tanto como él por todo lo que pasa? Entendí que estaba harto de la situación, que era mejor callar para no empeorar las cosas, que no había nada que pudiera hacer porque todos sus intentos anteriores habían sido en vano; pero yo estaba comenzando a hartarme también. La paciencia tiene un límite, y el mío estaba cerca. Sin embargo, y a pesar de todo, le amaba. Recordé una frase que había oído en una canción aquella misma tarde: "You are the piece I can't replace". El llanto acudió a mi y comencé a llorar desconsoladamente... No sabría decir lo que sentí en ese momento. Lo único que sé es que no iba a verle al día siguiente y, como no era la primera vez que pasaba, cada vez le echaba más de menos. 
Llegué al Jardín de los Monos. Miré alrededor para evitar cruzarme con alguien que me viera llorar; la plaza estaba desierta. Olía como siempre, igual que la gente que acostumbraba a pasar allí la mayoría del tiempo, una mezcla de suciedad, alcohol y orines. Contuve brevemente la respiración, pero alerté a algún gato cercano de mi ausencia con un sollozo y salió corriendo hacia los arbustos de la plaza. Seguí ascendiendo por Calle Cristo de la Epidemia sin parar de llorar y no pude soportarlo más: me doblé por la cintura y vomité en el hueco de la puerta de un garaje. Las piernas me temblaron y caí de rodillas cuando me llegó otra arcada. Seguí llorando con aquel desagradable sabor en la boca y aquel aroma en el ambiente. Me sentí más solo y vulnerable que nunca. No era realmente consciente de lo que me afectaba todo aquello hasta esa noche. Me puse en pie apoyándome en la pared, me sequé los labios con el dorso de la mano y continué el camino hasta mi casa, a apenas un par de calles. Me dije a mí mismo que no podía volver a suceder aquello, que la víctima no era yo, sino él, por mucho que a mí me afectara también. Debía ser fuerte, debía apoyarle, animarle y demostrarle que estaría ahí pasara lo que pasara porque le amaba. Soplé en dirección a la luna mientras formulaba el deseo que había estado formulando desde hacía un año y entre en el portal.
Me acosté en la cama exhausto y le escribí algunas palabras un tanto duras en el whatsapp. Quizás no lo entendiera, pero me veía obligado a hacerle sentir rabia, a hacerle enfadar para sacar un poco de maldad de su interior, para que espabilara y dejara de tener tantos miedo. Espero que algún día entienda que siempre que le hablo así de duro es por su propio bien, para ayudarle. Me tranquilicé e incluso sonreí a la oscuridad de mi habitación mientras pensaba que todo saldría bien. Pronto acabará todo. Te lo prometo.

16 de mayo de 2013

Algo azul... Primera Parte.

"- ¿De verdad que no puedes venir? -preguntó claramente apenado.
- De verdad -respondí con desgana.
- Joder... Que asco...
- Ya...
- Parece mentira que no vayas a poder estar ahí.
- Ya... -repetí.
- ¿Te pasa algo?
- No... -mentí.
Un suspiro al otro lado del auricular.
- ¿Y no puedes inventarte algo?
- Ya he dicho que iría a trabajar. Además, tienen un evento y no puedo faltar. Parece importante.
- Mi graduación también es importante -sonó egoísta, pero no lo era.
- Ya lo sé, nene... Ya lo sé...
El porqué de aquella mentira no lo conocía ni yo mismo. Lo único que sabía era que el origen se encontraba en aquel lejano 3 de Mayo en el que, inocentemente, me había mandado una fotografía tras comprarse el atuendo que luciría aquella misma tarde, subido por última vez en el escenario de aquel conservatorio que tantos secretos, confesiones, risas y sentimientos había guardado durante sus últimos 6 años. 
- Bueno... Iremos hablando, ¿vale? Ya te aviso cuando vaya a salir por si podemos hablar un poco por teléfono.
- Vale. Un beso, nene. Te amo.
- Y yo a ti. Mucho, mucho, mucho -sonó triste.
Había muchos motivos por los que no quería ir a su graduación y por los que le había dicho la excusa más realista que fui capaz de concebir: que tenía que trabajar. Apenas opuso resistencia, pero la resignación había tardado en llegar, haciendo que me sintiera cada vez más culpable con cada pregunta.
Quizás el motivo principal de mi negativa era el hecho de que estarían sus padres y su hermana allí, ignorantes como siempre de nuestra relación y, por lo tanto, tendría que omitir una vez más, con todo el disimulo que me permitieran mis casi dos metros de altura, mi presencia. Esto implicaba que, lejos de hacerle caso a Campanilla como venía haciendo desde casi un año atrás, tendría que ir acompañado a su graduación por Pepito Grillo y dejar que él dictara todos y cada uno de mis movimientos, es decir, que si sentía ganas de correr a abrazarlo, tendría que permanecer quieto en el lugar en el que me encontrara. Y ni siquiera menciono el tema de los besos, que tantos se darían en aquel vestíbulo mientras yo tendría que besar a mi novio con la mirada. Al pensar en aquello, decidí, egoístamente, que era mejor no ir.
Quizás otro de los motivos era precisamente su atuendo. Vale. Mi novio no es el chico más guapo del mundo ni tiene el mejor cuerpo, pero para mí es lo más increíble y bello que ha pisado la tierra jamás. No me sentía con fuerzas de verle sobre aquel escenario, tocando su flauta travesera de plata, ataviado con aquel estupendo conjunto que su madre le había comprado aquel 3 de Mayo, pantalón de pinza, camisa de algún color que desconozco y aquella chaqueta, aquella americana azul cyan, azul cielo, que tanto realzaría el moreno de su piel y de su pelo, que daría vida a aquellas desordenadas cejas sobre aquellos ojos oscuros. Aquel conjunto de estreno que ninguna otra fecha habría sido lo suficientemente especial como para lucir, ni siquiera mi cumpleaños, ni siquiera nuestro aniversario, sólo su graduación, aquella que llevaba robándome el sueño y los sueños por instantes desde hacía casi dos meses, desde aquel momento en que comenzó a convertirse en tema habitual en nuestras conversaciones. Al ver aquella foto y al pensar en aquello, decidí, egoístamente, que era mejor no ir.
Quizás otro de los motivos era que aquella graduación era sólo un comienzo, una breve introducción a lo que me esperaba durante los siguientes cuatro meses. Aquel verano que extendía sus garras cada vez más cerca de los lazos de nuestra relación y amenazaba con hacerme caer de nuevo en aquel pozo oscuro de soledad y tristeza. Me esforzaba por no pensar en ello y me convencía de que ambos éramos fuertes, de que podríamos con ello, pero cuatro meses es mucho tiempo, la carne es desgraciadamente débil, la rutina se había adueñado de nuestras vidas y aquel verano se presentaba como un desahogo extremo para él tras aquella época crítica que tanto me estaba costando aguantar. Al pensar en aquello, decidí, egoístamente, que era mejor no ir. 
Y quizás otro de los motivos era lo que tantas veces le había dicho. Me dolía , de nuevo egoístamente, ver que era feliz y que disfrutaba con otras personas y que esa felicidad no se la producía yo, que entre aquellas personas no me encontraba yo. Me dolía ver cómo había cosas que podían hacerle feliz al margen de nuestra relación cuando en mi caso, toda mi felicidad recaía sobre él (ese era mi error y así me lo había hecho saber Natalia en todas y cada una de nuestras conversaciones sobre aquel asunto). Quizás era porque él estaba progresando y aquel progreso le hacía feliz. Quizás era porque él tenía futuro, tenía expectativas, tenía ideas para su vida y yo no tenía nada de aquello. Se me había olvidado ya lo que se siente cuando te gradúas o lo que se siente cuando acabas un tramo de tu vida para comenzar otro mucho más emocionante. Yo no tenía nada, sólo a él. Y ver su progreso y su felicidad ajena a mí, hacía que sintiera que tampoco a él le tenía ya, que me había quedado solo. Era uno de los días más importantes de su vida, lo disfrutaría por todo lo alto aquella misma noche rodeado de compañeros y algún que otro pretendiente reconocido, pero yo no estaría allí para compartirlo con él. Al pensar en aquello, decidí, egoístamente, que era mejor no ir.
Pero fui. 
Fui porque no aguanté el tic-tac del reloj en la pared marcando en cada minuto un recuerdo de aquel año tan increíble y lleno de amor que había pasado con él. Recordé a lo largo de aquella tarde cada beso, caricia y cada vez que habíamos hecho el amor, cada vez que me había dicho que me amaba y cada vez que había sonado sincero. No pude aguantarlo y me vestí, porque antes hay que aprender a vestirse por los pies para sacarle la lengua a las circunstancias. Salí a la calle acompañado de Campanilla y Pepito Grillo, cogí el autobús y llegué a tiempo de ocupar uno de los asientos de la última fila antes de que comenzara su último y maravilloso concierto sobre aquel escenario. Distinguí algo azul entre todos aquellos músicos radiantes y clavé mi mirada sobre la suya, perdida en una partitura que quizás algún día yo lograría entender. Dudo que consiguiera verme entre las docenas de cabezas que se extendían por aquel ensombrecido patio de butacas. Nunca sabría que había estado allí. Y sí, estaba allí. Finalmente había ido dejando atrás mi orgullo y mis miedos. Pero igualmente era egoísta, porque no había ido por él, si no por mí.".

24 de abril de 2013

"...a la vez, poco y mucho tiempo".

¿Por dónde empezar? Quizás la respuesta más lógica (a la vez que estúpida), sea que por el principio. Pero cuando te encuentras en un momento de tu vida relativamente inestable, lleno de baches, lleno de momentos extraños, lleno de mierdas y alegrías extremas entremezcladas en un cóctel de dudosa procedencia y de sabor irreconocible, no sabes dónde coño está el principio. Quizás debería continuar por donde lo dejé, por aquel momento en el que Campanilla regresó y, os adelanto, no se volvió a marchar; en aquella conversación que consiguió que se estremecieran los 2.321 km. que me separan de aquella persona de la que estuve (quizás) enamorado. Pero no creo que lo haga, porque no sé vosotros, pero yo no me veo con capacidad (ni derecho, cabe decir) de juzgar los sentimientos de nadie.
Desnudado ya el pasado de aquella relación cibernética de la que hoy día me arrepiento me voy a ceñir a mi presente, a mi tan increíble como impredecible presente. Y para no perder buenas costumbres, lo haré a modo de historia en primera persona.

"Y volví a despertar. Y volví a suspirarle a la mañana de aquel nuevo día, a aquellos rayos de sol que se colaban por una persiana entreabierta, a aquella estancia tan familiar ya para mí y a aquellos diez meses exactos que habían transcurrido desde la primera vez que pisé aquella casa. Instintivamente giré hacia la derecha y allí estaba él, como siempre, como tantas otras veces. Mis movimientos le alertaron y entreabrió los ojos para dedicarme una mirada tan dulce como soñolienta, una mirada que me devolvía la vida, una mirada que partía de sus ojos, tras aquellas largas y preciosas pestañas, y se clavaban en mis pupilas deseándome buenos días con susurros insonoros. Sentí esa sensación increíble casi al instante. Esa sensación al despertar que te indica que has despertado en el lugar correcto y no fui capaz de imaginar otro sitio mejor en el que podría estar en ese momento. Ni uno solo en toda la faz de la tierra. Campanilla dormitaba a los pies de la cama, bañándonos en cada batida de alas inconsciente con aquel polvo de hadas que nos hacía volar a ambos. También comenzaron a amanecer aquellas mariposas en mi estómago, aquellos lepidópteros estomacales que me hacían sentir vivo, que me hacían sentir que merecía la pena volar tan alto como lo estaba haciendo. "El golpe será terrible", avisaba Pepito Grillo en sus apariciones esporádicas que yo ignoraba. Había demasiados acuerdos pactados, demasiados planes por realizar como para que todo acabara tan pronto como había empezado. Mi único temor es que el fin llegara paulatinamente, de manera lenta, y me agarraba a la idea de que eso era imposible mientras me aferrara a aquel torso que subía y bajaba al compás de una respiración que se me antojaba, día a día, cada vez más dulce."

Ya avisaba mi corazón en aquella transición de que todos aquellos sentimientos que comenzaron a materializarse en mí hace casi un año darían bastante juego, y a la vista está de que era cierto. He cumplido sueños húmedos (con connotación sexual también, cabe decir), tengo otra visión de futuro y la acción comenzó bastante pronto. No me arrepiento de nada de lo que ha pasado en los últimos 10 meses, aunque cambiaría mi modo de actuar respecto a algunas situaciones.
No tengo ya muchas ganas de seguir escribiendo. La inspiración se desvanece a cada interrupción de la familia preguntando por el trabajo, pero tengo muchas ideas y muchas cosas en la cabeza de las que nunca me olvido. Quiero esa casa, esa obra de flauta y violonchelo, esa vuelta al mundo, esas mariposas en mi estómago, esa vida... Y te quiero a ti, Antonio, mi creador de mariposas. "Diez meses son, a la vez, poco y mucho tiempo", tienes toda la razón, pero espero que los meses se conviertan en años y espero que esa conversión sea a tu lado.
No merece la pena resaltar los marcadores que dan título a este humilde blog que refresco con esta breve entrada. Mi mente apenas ha conseguido un par de tantos mientras que mi corazón a reventado por goleada a mi cerebro. No sé cómo lo has hecho, príncipe, pero espero que no me dejes despertar nunca de este sueño que comenzó aquel 21 de Junio del 2012. Estoy completa y perdidamente enamorado de ti. Te amo...


13 de julio de 2012

Sentimientos colindantes...

"- Heey! -Así comenzó una de las conversaciones más duras y difíciles que he tenido en mi vida, con un despreocupado y simpático "heey!", con doble vocal, tan típico en él. Añoraba en cierto modo sus manías al escribir. Hacía tanto tiempo que no tenía una conversación con él... Miré ligeramente el historial que se abría camino hacia arriba y comprobé entre nostálgico y risueño que lo último que le había dicho databa del 1 de Julio y había sido un simple "Gooooool!!!", cuando España se puso en cabeza en la final de la Eurocopa. Desde entonces no había intercambiado apenas un pensamiento con él.
Dudé entre responder al instante o dejarlo pasar como había hecho otras tantas veces. Supuse que tendría que haberle salido el letrero de que me encontraba "En línea" y decidí no hacerme esperar. Quizás fue la verdad la que quiso abrirse camino a través de mí. Miré a mi alrededor en busca de Campanilla, pero recordé que hacía dos días que había salido y crucé una mirada fugaz con su sustituto. Pepito Grillo, entrecejo fruncido, me observaba sin parar de susurrar oraciones ininteligibles entre las que descifraba palabras como "él" o "verdad" y alcazaba a oir el nombre de "Antonio".
Opté por no hacerle esperar y, siempre con la mirada escrutadora de mi conciencia clavada en mis pupilas, comencé a escribir:
- ¡Hola! ¿Cómo estás, tío? -intenté sonar normal, despreocupado, aunque a través de medios digitales dicha tarea es infinitamente más sencilla.
- Estoy bien, ¿y tú?
- También bien... ¿Has terminado ya el curso?
- Sí, ¡ya estoy de vacaciones!
- Pues me alegro, tío. Entonces ahora a descansar y disfrutar del verano, ¿no?
- Pues sí.
Incómodo silencio en el que aproveché para mirar por la ventana y dejar escapar un par de suspiros cansados a la estancia. "Escribiendo...", leí en la barrita de notificaciones. Esperé.
- ¡Por cierto! Me gusta esa foto que tienes puesta. ¿Me la mandas?
- ¿En serio? ¡Oh, claro! Pensé que no te gustaba que me dejara perilla, ¡pero aquí te la mando!
- No me importa... Con perilla o sin ella me gustas igual.
Mientras le enviaba la foto volví a mirar por la ventana. Me puse en pie en parte para controlar el ligero temblor que acudió al instante a mis tobillos. Pepito Grillo me siguió con la mirada mientras paseaba de un lado para otro como un león enjaulado. Me enjaulé aún más preguntando:
- ¿De verdad?
- De verdad -un silencio-. ¡Oh Dios mío! ¡Sales muy muy guapo!
- ¡Gracias! ¿Crees que me queda bien el sombrero?
- ¡Claro! Y la camiseta tampoco está nada mal.
Tras un par de frases intercambiando impresiones sobre la ropa y diversas tiendas y marcas se produjo otro silencio que rompí:
- Y bueno, cuéntame. ¿Qué tal las notas?
- La verdad es que muy bien. Al fin y al cabo puedo estar contento tras un largo curso.
- ¡Eso está bien! Me siento orgulloso de ti -sonreí porque imaginé su cara al leer esas palabras.
- ¡Gracias!
- No hay de qué, hombre -y decidí abordar el tema de lleno, cogiendo al toro por los cuernos-. Además, mi futuro marido tiene que ser así de inteligente.
- Bueno, estoy seguro de que lo será -prudente, muy prudente. Típico, pensé.
- En realidad... Ya lo es... -Esperé impaciente como quién espera un familiar tras la puerta de un quirófano.
- ¿Qué?
- Nada, olvídalo -no me veía con fuerzas ni ganas de volver a repetírselo.
- No, no. Explícame eso, tío.
- ¿Te  has echado novia o algo desde la última vez que hablamos? -Inquirí.
- No... Pero no me cambies de tema y explícame eso de antes.
- Bueno... Es que yo sí. A eso me refería antes...
- ¡Oh! ¿En serio? Vaya... ¡Me alegro! ¡Y aún no me lo habías contado!
- En el fondo me daba un poco de miedo decírtelo. No sé porqué... Es todo muy complicado... Aún tengo sentimientos por ti -dije siendo sincero conmigo mismo por primera vez en mucho tiempo-, pero no puedo esperar por ti toda la vida -sentencié.
- Lo sé, pero no digas eso, Edu... Eso me rompe el corazón.
- Lo digo porque es la verdad.
- Bueno... Ahora estoy confundido... -Afirmó a los 3 minutos.
- Yo también... Pero este chico ha aparecido en mi vida, es dulce conmigo, es bueno, generoso, inteligente... No puedo dejarle escapar para esperar a alguien que ni siquiera sé si vendrá...
- Sí, lo entiendo perfectamente. Ya habíamos hablado de esto antes, pero... -Silencio.
- Es raro incluso para mí, pero creo que tengo que darle una oportunidad. Te lo he dicho un millón de veces, si estuvieras aquí sería diferente.
- Claro que tienes que darle una oportunidad. Y sí, lo sé... Si estuviera allí sería diferente... -Volvió a guardar silencio-. ¿Quieres saber algo gracioso?
Sabía que lo que iba a decirme no tendría nada de gracioso. Le conocía demasiado bien y deseé con todas mis fuerzas haber podido verle la cara mientras le decía todo aquello. Mirarle a los ojos, cogerle la mano y descifrar a través de sus pupilas todo lo que su alma gritaba en aquel momento y que su boca contenía por orgullo. Aún así, dije:
- Dime.
- Hacía muchísimo tiempo que no lloraba y ahora no soy capaz de parar.
- ¿Estás llorando? -Pregunta retórica producida por la conmoción. No me lo creía.
- Sí, no sé por qué, no es algo que pueda explicar. Simplemente las lágrimas han aparecido en mis ojos. Eso es todo.
- Por eso no quería contarte nada...
- Edu... Simplemente quiero que seas feliz.
No sabría decir con exactitud si el crujido que oí y sentí provenía de mi corazón o de mi alma.
- ¿Sabes? Existen momentos en los que a uno le importa más la felicidad de los demás que la propia... Y ahora me encuentro en uno de esos momentos.
- -dijo y pude verle sonreir con tristeza incluso en la distancia-, yo también... Tengo que irme... ¡He quedado con un amigo en 15 minutos y tengo una pinta horrible! Iré a dar una vuelta antes de quedar con él. Te escribiré esta noche, ¿vale?
- Oye -susurré a la par que escribía consciente de que ese "esta noche" significaba "días" o incluso "semanas"-: creo que aún puedo decir que te quiero...
Aunque el sentido haya variado ligeramente, pensé, pero preferí ahorrarle esa anotación que por descontado él ya intuía.
- Claro que puedes decirlo. Aunque a mí ahora me resulte más complicado decir que "yo también".
- ¿Has dejado de quererme? ¿Así, sin más? -Pregunté ligeramente ofendido y mordiéndome la lengua al instante. Pepito Grillo sonreía pícaro desde una esquina.
- He dicho que es más difícil decírtelo, no que haya dejado de sentirlo.
Silencio eterno...
- Te quiero -dijo al fin-, y me alegro muchísimo de que seas feliz. De verdad.
- Tío... -Comencé a decir, pero observé que ya había abandonado la conversación.
Me lo imaginé en su casa, corriendo escaleras abajo con los ojos llenos de lágrimas, saliendo a la luz de la media tarde y perdiéndose por alguna de las calles que tantas veces había soñado con pisar a su lado. Pensé en Antonio, en lo mucho que le quería y automáticamente pensé que había hecho lo correcto. Nunca me habría tomado mi relación con Antonio en serio si no hubiera sido sincero con todo el mundo, incluso con él. Volví a imaginarlo alejándose de su casa, rehuyendo la mirada de vecinos y demás transeuntes, encorvado, mirando hacia el suelo, dejando caer en cada parpadeo una nueva lágrima que se adhería impasible en los adoquines de las aceras por las que deambulaba. Pensé qué podría estar pensando allí, en su ciudad y, por primera vez desde que le había conocido, me sentí como si caminase junto a él, justo donde él se econtraba, a 2.321 km. de donde me encontraba yo.
Miré a Pepito Grillo que había ascendido a la mesa del comedor en lo que supuse una gran hazaña. Me sonrió abiertamente y susurró: "Antonio...". Aparté de nuevo la mirada hacia la ventana y asentí mientras mi conciencia se alejaba y un ligero resplandor que contrastaba con la sombra de los bloques colindantes se acercaba hacia mí. Campanilla había regresado".